La perdida


Durante la pubertad coleccionaba revistas. Las compraba todas: Bravo (por ti), Tú, Notas musicales... son los títulos que más recuerdo. Ana, la vendedora, me espiaba cuando salía de la secundaria "muertera" y alzaba a mi paso el último número que le había llegado. Se aprendió mi nombre.

En algún punto recuerdo haber pensado: ¡Ojalá nunca me deje de gustar coleccionar revistas! 

Y es que a una le quedan tan poquitos gustos. Con tan pocas cosas se emociona una. Tan mínimas son las razones por las cuales apasionarse... Pero un día, dejé de comprar; crecí y todo para qué, para olvidar mis viejos amores, mis revistas nuevas suavecitas, de las que algunas venían de España.

Ahora, creo que nací para perderme, para olvidarme, me reencuentro para luego soltarme la mano. 

En mi juventud, después, me di a observar las cosas. Escribía todo lo que pensaba, y lo titulaba "notas". Ese entonces era mi nuevo destino: escribir notas que dieran cuenta de lo que veía, de lo que me pasaba y de lo que reflexionaba. Y luego, ¿qué? De nuevo lo perdí.

Hace mucho que ya no soy yo, y aunque sé quién soy, me desconozco. ¿A qué venía? me pregunto a la que pienso que es la mitad del camino. Solo escribo planeaciones para el trabajo, busco actividades para el trabajo, temas qué ver para el trabajo, investigo páginas para el trabajo. 

Ya no escribo para mí. Me perdí. Ya ni yo soy mi musa.



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