Un manifiesto humilde
Por Flavio Garciandía
El artista tiene derecho al lienzo en blanco, en azul, a las líneas, a banalizar, a no ser sublime. Este manifiesto va en contra de los que buscan definir el arte y sus fronteras.
El derecho a dejar el plano vacío (o muy lleno). El derecho a pintar de azul todas las cosas (o de rojo o amarillo). El derecho a lanzar líneas por todos los rincones. El derecho a ignorar a Duchamp (para quien pueda). El derecho a insistir sobre lo mismo. El derecho a no ser ni heroico ni sublime (o a serlo sin vergüenza). El derecho a no convertir las actitudes en forma. El derecho a banalizarlo todo (o a darle una importancia desmedida a cualquier cosa). El derecho a respetar la tradición (si la hubiere). El derecho a no usar de fotografía (ni de video ni de instalaciones). El derecho a gustar de Botero (o de quienquieraquesea que a uno le guste). El derecho a no ser articulado ni brillante ni propositivo (o a serlo sin descanso). El derecho a copiar o a ser original (para el que pueda). El derecho de todo artista a abandonar cualquier estilo, incluso el propio, y a regresar a su estilo. El derecho a no tomarse en serio (o a tomarse muy en serio). El derecho de todo artista a no ser objeto de injerencias arbitrarias en su obra, su carrera o su mercado, ni de ataques a su prestigio o reputación (si los hubiere). El derecho a hacer una obra aburida (o muy divertida, para el que pueda). El derecho a creer que la forma es contenido (y que el contenido es forma). El derecho al lirismo, a la epopeya, al ditirambo (o a todo lo contrario). El derecho a trabajar pensando en nadie (o a dirigirse a las masas, al mercado o a cualquier cosa a la que uno se quiera dirigir). El derecho a hacer arte por el arte (o realismo, para el que quiera aún). El derecho a creer que menos es más (o que más es mucho más). El derecho a la inocencia, a la sofisticación, a la fantasía pueril, a lo perverso. El derecho a dejarse influir (o a ejercer influencia, para el que pueda). El derecho al localismo, al cosmopolitismo, a lo particular y cerrado, a lo universal y cósmico. El derecho a hacer una obra fría, distanciada (o muy comprometida y cálida). El derecho a ser muy oportuno y circunstancial, a tener un agudo sentido del timing (o a pasar de todo, excepto del arte y de uno mismo). El derecho a perpetrar el buen gusto (u otro, muy malo). El derecho a cantar cantos de cisne. ®
Publicado originalmente en Replicante no. 5, "El estado del arte", otoño de 2005.
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