No sé qué, pero sé que algo necesito. Ese algo no lo encuentro en los otros, no está, lo busqué, ¿que si me fijé bien? Obviamente, y además le he dado mucho más de 9490 repasos.
Ese algo no ha sido nombrado, desconozco si es tangible, pero es causa de las depresiones climáticas, de las formas sospechosas de las nubes, de los porrazos que dejan marcas y luego cicatrizan en la piel pero jamás en el ánimo.
Este temor, lo siento, llegó. Irme con saldo blanco. Irme así nomás. Irme a secas, llorando como ni siquiera los recién nacidos logran llorar, con sentimiento y no por naturaleza. En blanco, o quizá entre tinieblas incoloras de dudas.
Algo necesito, ustedes ni sospechan. Esto es diferente; mi necesidad está detrás de un telón carmín y luego desaparece. Es fugaz como los intereses que alguna vez tuve, pero en realidad es que sólo se esconde, o como virus, muta.
Ha ido de paseo entre mis venas, y cuando dono la sangre, muda a las otras personas. Luego, este algo es transpirado volviendo el entorno irrespirable. Esa es la contaminación, es mía, y pido perdón por ella. Regresa sobrecargada de las necesidades de los otros y se mete en mis sueños.
Lástima, tengo la peor de las memorias, la más traicionera, la que apuñala por la espalda tierna pero sádicamente insistente. Chaz, chaz, chaz, apuñala.
La ausencia es interminable y duele todo el tiempo. Es incansable y duele todo el tiempo. Es dolorosa y doloroso también. Eso, eso es lo que necesito, endemoniadamente irremplazable.
Busco, sigo buscando dónde está, dónde lo dejé en otra vida. Me está llamando torpemente y más torpe lo busco. Qué pena que iré saltando año tras año y sin eso que falta.
Ya es hora de dormir. Lo haré despierta para vigilar cuando aparezca, soñaré alerta para atraparlo en cuanto ponga pie en mi.
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