Hemos cambiado, pero seguimos siendo los mismos

Un texto muy fuerte para los que queremos un cambio en nuestra realidad; sin embargo, aunque sea triste también es cierto:

Ensayo de Luis Humberto Crosthwaite leído en Facebook

Comprados o no, millones de mexicanos decidieron votar por Peña Nieto. Qué fácil ahora es llamar pendejos a todos esos que, por su libre albedrío o por un bono de despensa, decidieron poner una equis junto a ese símbolo tricolor que tanto ha manchado nuestra historia. Quizás haga falta un recordatorio: ellos también son el México de hoy.

Para qué nos hacemos tontos. La única manera en que puede llegar un cambio verdadero es si una avasalladora mayoría decide dar un paso adelante y exigirlo. Como están las cosas ahora, yo no confiaría en un supuesto cambio, aceptado sólo por quince millones, cuando somos un país de más de ciento diez.

Ahora nos quejamos de los medios de comunicación pero siempre hemos sido manipulados. Nos gusta que nos lleven de la mano y nos indiquen cómo pensar. La televisión entretiene a la mayoría jubilosa y nos enamoramos de las personas que hablan a través de ella. Sin embargo, antes de que existiera la tele, también nos dejábamos llevar por los cuentos de la época; la prole se hacía bolas alrededor de cuanto caudillo entonara la canción que quería escuchar. ¡Viva México!, gritaba el bigotudo y todos respondíamos con el quijotesco "viva", sin tener una idea de lo que estábamos diciendo. ¡Pobre México!, más bien.

Bob Marley dice en una rola que si conociéramos nuestra historia, sabríamos de dónde venimos. Bendito Bob, cómo explicarle: ¿acaso les interesa a los mexicanos saber por qué piensan o actúan como lo hacen? Ignoramos tanto a la pobre historia del pobre México que ni siquiera nos detenemos a pensar que ella nos parió. Como sociedad somos el resultado de una cadenita larga de acontecimientos.

Nos formamos como república en 1824 y desde entonces sólo hemos sabido tropezar. Adelante de nosotros, los abanderados han sido siempre un chiquero de ambiciosos cuyo único interés es repartirse el pastel de una fiesta a la que no fuimos invitados. Echen un ojo a los libros, desde los primeros presidentes hasta los héroes de hoy que reparten tortas y promesas, no han hecho otra cosa que decirnos lo que deseamos escuchar y luego hacer todo lo contrario.

Somos herederos de una historia que suele indignarme. Los presidentes que ha sufrido México, o al menos la mayoría de ellos, han gobernado para sí mismos y para el club que los llevó al trono (yorkinos, escoceses; liberales, conservadores; pri, pan, etcétera). Nos han vuelto actores chiquitos, extras, cuya única utilidad es echar el papelito a la urna para perpetuar su gandallismo. Así votemos por el menos peor, por el mejor a medias, por el más guapo o simpático o el de la letra más bonita, estamos votando por el interés de un grupo al que no le interesamos.

Pobre México y pobres de nosotros. Somos ese mismo país retrógrado que nació en 1824, sólo que ahora con celulares y pizzas a domicilio. Nuestra sociedad se ha construido a través de frívolas trifulcas donde los paleros simplemente cambian de bando. No es fácil dejar atrás la ignorancia cuando es parte de nuestro aprendizaje generacional. Hemos aprendido a no pensar ni tener ambiciones, a valorar sólo los intereses propios y a seguir la filosofía del sálvese quien pueda. Si de algo sirven ahora las redes sociales es para ver que en ambos lados del espectro hay ignorancia, intolerancia y manipulación. México lindo y perdido.

Lamento decir que aún no es el momento para el dichoso cambio, tampoco lo fue en el 2000. Si la silla presidencial se movió de manos fue simplemente por inercia, por el disgusto que le causó a la población las pendejadas de unos cuantos años atrás. Igual y hubieran votado por Pito Pérez.

Las últimas elecciones dejaron claro que todavía no existe esa gran mayoría que busque un cambio político. Sí, habla bien de nosotros como país que unos cuantos lúcidos salgan a la calle para exigir lo que a la mayoría no le interesa, pero están en el desierto, pobrecitos, observando la espalda de los indolentes.

Tarde o temprano vendrá ese cambio, supongo; los mexicanos somos lentos, a veces nos tienen que deletrear la realidad, explicarla con canicas y manzanas, pero quiero ser optimista y pensar que social y políticamente es imposible quedarse atorado. Como dice la rubia, "siempre vendrán tiempos mejores"; por lo pronto, no queda otra más que seguir luchando.

Comentarios