México, 1 de julio de 2012

El 1 de julio me vestí con proles prendas, apenas huaraches, apenas una camisa de algodón y poliéster. Pero amigos visitantes, iba tan hinchada mi pasión que se notaba desde los ángulos más ciegos, y entonces fui la más rica en razones. Preguntó mi padre: ¿por qué tan apasionada?, porque van de por medio mis ideales, y como quizá diga una canción: sin ideales jamás salí del capullo de polvo, polvo siempre he sido.

A medio día, después de ensayar un banquete con alimentos de mi tierra –comía tortillas de maíz, en recuerdo del material del que los mexicas estamos hechos-, caminé junto a la que me trajo a este lugar confiada en que era un hogar bueno. De ida, vi a seres de otro mundo comer a costillas de sus hijos. Les compartían el pan y el vino a cambio de su voluntad, a cambio de vender el sueño que habían, durante la gestación, guarecido para sus hijos. Vamos, dije, a pesar de todo hay que llegar.

Prole más que prole encontré; me vi y dije: aquí somos, y esto, pero ¡caramba! estamos juntos. Entre cuatro paredes estaba yo al fin, cuatro, que han marcado mi vida, de las que aprendí a ir siempre al paso sin que siquiera mi sombra traspasara límites, pero terca, como siempre fui, en el lomo de la imaginación emprendía el vuelo entre hora y minuto hacia una odisea laberíntica que al final me devolvía un reino escondido, jamás perdido. Habló mi historia, mi sueño, mis ojos fatigados por mí. Hablaron y dijeron que no querían ser esclavos, van huyendo de la muerte, de la desidia, de la individualidad, de la mentira. Abrían otra puerta y querían asomarse a otro camino, andar pasos nuevos como un Ulises con su tripulación a cuestas. Ahí se vació mi mente y mi corazón. No quiero más para mí, quiero todo para todos.

Volví a casa con una sensación de calma expectante, quería escuchar la voz de todos, pensaba que éramos mosqueteros modernos. Pensaba… no, yo sentía, yo amaba un ideal en ese momento de espera. Me aferré a él a pesar de escuchar que el río algo llevaba, jamás pensé que bajo las piedras corrientes se instalaban pípilas autoflagelándose. Llegada la hora, ya con el día oscuro de tan cansado, se dejó escuchar no el coro de voces que esperaba, era algo tétrico, era un solo bramido pero ingente.

Había perdido mi sueño, y vacío se quedaba el caso que guardaba la chispa de nuestro génesis. Los compraron a todos, me traicionaban a mí como a todos los que se quedaban desnudos de pronto, la mecha estaba trucada, ultrajada nuestra musa. El monstruo escondió revistiend en discursos nuestro hilo, Teseos éramos perdidos. Ahí yacía mi juventud, el epitafio ilegible por causa del temporal. Caí.

Torpe y trémula, descansé sin paz el resto de la noche, para encontrar el día en decadencia. Voltee a mi izquierda y todo estaba deshecho, a la derecha, y todos impactados. ¿Cuánto queda? Apenas moronas. Pero ay de la masa sin cantera, ay de las veredas trazadas y en abandono. Yo quería aún. Creo, siento, me han tumbado en el fango, voy montándome nuevamente en el lomo de la esperanza aunque a duras penas.

Ya no queda huella de la juventud encendida que clamaba amor y paz, alrededor ya no hay veladoras sino antorchas, sobras quemadas en el asiento buscando la aurora. ¿Hemos renacido? ¿habremos de hacerlo? En ello se irán mis días, he salido del capullo de polvo.


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