¡Pola ya tiene 2 años!


Mi Pola se esconde cuando me escucha llegar después de varias semanas de no vernos. Se hace pequeña y mueve la colita: ¡Pola! le llamo, y arranca hacia mí con desesperación, jubilosa, plena y feliz de ver a su humana.

Lo mejor que he vivido con Pola han sido sus momentos de locura. Mi perrita está desquiciada: de la nada comienza a dar vueltas por toda la casa a toda velocidad, brinca, gruñe, mueve la cola, se la muerde. Es una cirquera. Y por supuesto, cuando llego a casa y me recibe sin reprochar mi ausencia, como si nada hubiera pasado.



Lo peor que viví con ella fue cuando la llevé a que la esterilizaran. La muy tonta dejó de respirar (por la anestesia) y yo ya la daba por muerta. Lloré, lloré como condenada (a mí que me da tanta vergüenza llorar en frente de otros).

Además, en las vacaciones de diciembre (en el segundo día, creo), me volvió a dar otro susto: llegué a la casa y se me acercó con el lomo arqueado, con las patas débiles, cariñosa e inerme al extremo como aquella vez en que la vacunaron y le dio fiebre. Pensé que la habían envenenado, así que en friega tomé dinero, su cartilla de historial médico y preparé su bolsa para salir... de repente, llega como si nada, brincando y feliz de la vida: era sólo que se acababa de levantar después de mucho rato estar acostada en el piso frío. Le compré una cama.

Hace dos años me la llevó mi hermano porque la mamá de Pola no la quería, se acostaba encima de ella y su hermanita (de 6, sólo 2 cachorritas sobrevivieron) y no les quería dar de comer (¡Pola todavía ni tenía dientes!). Además, la mamá tenía sarna, así que contagió a las pequeñas. Después de llevarla al médico, en menos de una semana ya iba de salida.


Aunque ya estaba casi curada, se volvió a contagiar porque le pedí a mi hermano que me llevara también a la otra, pero Nela estaba más enferma, más débil, además, no podía pisar bien con una de sus patitas traseras, la tenía tiesa aunque sí se le podía doblar. Según la veterinaria, no tenía remedio, y lo único que podía hacer era darle masaje y estirar-doblar su patita a modo de terapia, así que eso hice todas las siguientes tardes.
En cuanto a su debilitamiento por la sarna, le dieron la misma medicina que a Pola, pero Nela no resistió y lamentablemente murió. Ni les cuento cómo pasamos juntas sus últimos minutos. 




Los primeros días sin Nela, Pola se deprimió y dejó de comer (¡tan bien que se comía las croquetas molidas que le daba!), y tuve prácticamente que darle de comer de avioncito comida de sobre con tal de que no se me muriera también. Ya estaba toda traumada con la muerte de su hermanita.

En fin, hace poco más de dos años que Pola llegó a mi vida y yo a la de ella. La próxima vez que vaya, festejaremos en el parque mientras hace popó y yo voy juntándola con una bolsa, mientras arranca a correr por toda la cancha y se esconde y brinca cuando me acerco. 







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