De sobrinos y vicisitudes


¿Lo pensé o se los dije? Que los sobrinos son para los tíos una prueba mínima pero constate de lo que sería tener hijos. Son gotas que se minan del techo hacia tu cama. De esas pequeñas muestras de perfumes que nos ponen entre las páginas de las revistas, pero que se asoman toda vez que pasas página.

"Me acuerdo cuando era soltero", dice mi hermano. ¡Me acuerdo cuando eran solteros! Él y nuestro otro hermano. No había juguetes regados, ni la fatiga de guardarlos mínimo 4 veces al día. No existía en mi registro auditivo el "Tía, ¿me conectas la compu?; tía, ¿me das agua?; tía, déjame entrar a tu cuarto; tía, ¿existen los tiburones-pulpo?.... (repeat forever and ever remix)".

No existía una persona con tanta paciencia dentro de mí, ni con tantas historias tétricas en la mente. No había personajes como "El chilero" que vive en el cuarto de telebrejos, que se murió y fue enterrado ahí, listo para salir sólo si le abren la puerta sellada con una llave mágica -la cual está en mi poder-. No había Slendermans en mi memoria, de los que salen de debajo de la cama de mi sobrino para tumbarle el diente que trae flojo. Ni ratones que le dejan dinero a cambio de su diente; dinero que tiene que ser compartido con su tía más cercana.

Soy una tía cercana. Soy la tía divertida que cuenta historias, que le dice que huele a popó, y que afirma que es imposible que escriba con letra bonita, pues siempre le saldrá chueca como él mismo. Él, mi sobrino de 7 años, es el que se esconde afuera del baño y me sorprende cuando salgo con sus gritos hasta hacerme saltar. El niño que se despide cada noche de todos con un beso, y a mí, en el último segundo me saca la lengua y me deja el cachete babeado. Que corre para que no lo alcance y lo burle agarrándole la barbilla (castigo local). ¡A que no me alcanzas! grita, y cada vez me da la misma pereza levantarme a perseguirlo, y me cansa, ya no quiero repetir los mismos juegos, pero ahí voy todas las veces.

Él se revuelca en mi cama de felicidad cada que le permito entrar a mi cuarto. Llega a mi puerta, toca, y cuando abro me ofrece un vaso con agua fría como pago, como forma única de que le permita entrar al cuarto de las fantasías. Jugamos y mientras tanto miles de zombies invaden el debajo de mi cama -también hay Slenderman y Chilero ahí abajo-. Enredamos una bomba en el cable de mis audífonos, la arrojamos juntos al fondo de la cama, y ¡Troooooom! explota, les vuela los brazos a los zombies, y a nosotros nos deja desparramados en la cama, aturdidos por el estruendo.

El otro niño que llegó hace 2 años a mi casa es otra historia. No hay nada coherente qué hacer con él, no se le pueden platicar historias, ni hacerle burla porque babea tanto, ya que no entiende ni jota de lo que se le dice o simplemente no le importa. Son criaturas inquietantes los bebés, por lo menos interiormente. Él es una máquina de comer, así como la industria oficial del vómito. Es nuestro Vomitolomeo gordito, con una infinidad de dientes que no se sabe para qué están ahí sino hasta que sonríe. 

Yo nunca sé qué pasa por su cabeza redonda. No hago voces bobas, no me escondo y aparezco, no le hago cosquillas, pero él me sonríe. Arruga la nariz, entrecierra los ojos, y desenfunda su montón de dientes en una mueca poderosa. Por lo demás, es un bebé común. Hace popó varias veces al día, y afortunadamente, nunca he tenido que limpiar ese desastre natural, sólo los vómitos, que ya es bastante.

Mi otra sobrina tiene casi su misma edad. Su superpoder también es la sonrisa en veces fingida, en veces maléfica, en veces de una inocencia que parte, así como las palabras y frases que repite al escuchárnoslas decir. Ella me desconoce cada que voy, no sabe de dónde salió esta criatura krishnológica que llega cada fin de semana, o cada dos; se esconde detrás de su abuela y asoma un ojo, estudiando quién es esa desconocida de cara familiar. Cinco minutos más tarde, ya me está alimentando con Choco Krispis y espera, después de ponerlos en mi boca, a que le diga gracias... mientras lo hace pregunta: ¿gracias? Sí, gracias. De nada, contesta.

¿Lo pensé o se los dije? que no soy tía porque lo haya planeado (los padres también deberían consultar a los futuros tíos si estamos listos para serlo), sino porque me fueron llegando uno a uno, y uno por uno los he ido conociendo, disfrutando, les he hecho maldades, les he dado abrazos, los he cargado, los he ido queriendo como parte de este círculo hermético y maravilloso que son las personas más amadas por mí, de las que soy incondicional ya para siempre.


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