La
Bella 55 me da la bienvenida al regresar de mi gira por nowhereland. Sonríe con
esa calle que se corta de tajo al topar con el montículo de doña Chicha y una
de las comadres de doña Mago.
La
vueltita me pst pstea y volteo para saludar con ceño serio por el calor que
asalta furibundo a media tarde. Ahí quedan las veces que salí a jugar con mi
horrenda bicicleta roja sin canasta o con mis muñecas de plástico hijas de la
vendimia del mercado 5 de mayo. Me susurra un “¿te acuerdas cuando te echaron
de aquí a pedradas Junior y La Nanis?”. Osch, sí –antes no le llamaban
bullying-.
Carlos
sale a mi encuentro y veo en él al muchacho bonachón que es uno de mis más
grandes amores. Nos parecemos tanto… Pero él es más simpático, más gracioso,
más sociable, más en todo. Así tengamos él 33 y yo 30, siempre dirá al mundo:
“es mi hermanita”, y su brazo poderoso me rodeará para protegerme de cualquier
cosa, porque él sabe lo pinche asquerosamente podridos que están todos.
También
están los puños fuertes y habilidosos del otro que creció con nosotros, el
desconocido hermano mayor que siempre ha sido una cosa aparte, pero que ahí está
plantado, como la vez que se agarró a chingadazos con El Tili. Ahí iba doña
Mago en friega corriendo cuando le dijeron que su vástago predilecto se estaba
peleando: “no se apure, él va ganando”.
También
por ahí, a la derecha, está la escuelita 5 de febrero, donde nos refugiamos una
noche que tembló la tierra. Unos tendidos al lado de los otros: doña Carmen,
doña Olga, don Valente y sus hijos, doña Mera y su rosario, doña Mago y sus crías,
es decir nosotros, acostados mirando las luces del puerto interior, que
brillaban más pero no mejor que las estrellas de aquella noche.
Al final de esa trémula velada, nada pasó; solo unos cables
que jaripeaban por la calle al reventarse de los postes. Tembló pero todo resultó ser como de piedra, hasta
nosotros; nada se rompió, nadie cayó siquiera. La Bella 55 rifa y por eso nada
nos pasa.
La Bella 55, fuerte y callosa, marcada por arrugas de
cemento sobre piedras sueltas, se queda larga y quebrada, estática como en
fotografía antigua, mientras me mira partir a buscar nada de nadie en ninguna
parte. En ella todo, fuera de ella, nadie, ni yo misma.
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