Para el futuro para el pasado,
para el tiempo en que se pueda pensar sin censuras, cuando los hombres sean
diversos y eso no implique la soledad y la incomunicación… Para el momento en
que la verdad sea aceptada y lo hecho no pueda ser deshecho por la fuerza.
Desde
esta época de sumisión y soledad, la Era del Gran Hermano, la época del
doblepensar… ¡muchas felicidades! (p. 34).
Winston dejó caer los brazos y
llenó de aire los pulmones. Su mene se hundió en el laberíntico mundo del doblepensar: Saber y no saber, tener conciencia
de lo que es realmente verdadero al par que se difunden mentiras cuidadosamente
elaboradas, sostener a un tiempo opiniones contradictorias sabiendo que lo son
creyendo a pesar de eso en ambas; utilizar la lógica para combatirla, repudiar
la moralidad y a un tiempo apelar a ella, sostener que la democracia es
imposible de realizar y que el Partido es custodio de esa misma democracia repudiada,
olvidar cuanto fuera necesario y, no obstante, hacer uso de ellos, traerlo a la
memoria cuantas veces fuera necesario para, más tarde volverlo todo olvido, y
particularmente, hacer objeto del mismo proceso al procedimiento mismo. Esta
resultaba la más refinada sutileza del sistema: inducir la conciencia a la inconsciencia,
y luego volverse inconsciente para evitar reconocer que se había empleado la
autosugestión. Así hasta el hecho de comprender la palabra doblepensar implicaba el uso del doblepensar (p.40).
Si aún hay alguna esperanza –escribió Winston- está en los proles (p. 69).
No era conveniente que en los
proles despertaran sentimientos políticos. Todo lo que se necesitaba de ellos
era un patriotismo elemental del que se echaba mano en caso de necesidad para
hacerles trabajar horas extraordinarias o aceptar raciones miserables (p. 71).
No es posible que suceda cambio
perceptible alguno en el transcurso de
vuestra existencia. Somos como muertos. La única vida posible reside en
el futuro. Seremos parte de él como briznas de polvo y hueso (p. 154).
Los pájaros cantaban como los
proles (…) El mismo cuerpo castigado por
el trabajo y los partos, en lucha permanente desde el nacimiento a la muerte
que, sin embargo, cantaba (p. 191).
- ¿Pensaste alguna vez –dijo- que
la entera historia de la poesía inglesa fue determinada por el hecho de que en
el idioma hay escasez de rimas? (p. 200).
No se establece una dictadura
para preservar una revolución; se desata una revolución para instalar una
dictadura (p. 225).
El poder se funda en la capacidad
de infligir a discreción dolor y humillación. El poder radica en la potencia de
destrozar los espíritus y para reconstruirlos bajo nuevas formas que elegirás (p. 228).
La mentalidad humana es maleable
hasta el infinito (p. 230).
Orwell, George (2006). 1985. Rebelión en la granja. México: Tomo.
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